Esta mañana he roto el contrato
con la editorial que ha publicado mis libros en los últimos quince años. Cuando atravesé la puerta de aquel gran
edificio, por primera vez en muchos años sentí la libertad. Me levanté el
cuello del abrigo, encendí un cigarrillo, y tras expulsar el humo de la primera
calada, sonreí y comencé a caminar calle abajo, sin rumbo definido.
Ahora, todo vuelve a ser como al
principio. En aquella época, componía hermosos textos –o entonces me lo
parecían- que buceaban en lo más profundo del ser humano. Cuando una pequeña
editorial se interesó por mis escritos y publicó la primera novela, vendí sólo
unos centenares de ejemplares. Aquellas historias rebosaban inocencia y espontaneidad.
Yo era un ciclón de creatividad, de ideas, de personajes, de perfiles
psicológicos que plasmaba con facilidad en el papel. Fue la etapa más feliz de mi vida, aun
viviendo modestamente.
Casi sin percibirlo, a medida que
mis obras iban viendo la luz, todo iba cambiando. Comencé a aumentar mis
ingresos con columnas estúpidas en revistas no menos estúpidas, y con alguna
conferencia para pretenciosos aspirantes a intelectual. Los siguientes libros los publicó una gran
editorial. Vieron en mí, dijeron, “la nueva cara de la nueva literatura”. Yo me
lo creí. Y firmé. Y enterré mi alma.
Las novelas comenzaron a salir
con plazos de entrega. Prefabricadas. De técnica depuradísima, pero con
personajes huecos. Las similitudes entre todas ellas me resultaban odiosas, pero…
al público le gustaban, y mucho. Cada libro mío ocupaba durante meses los
puestos más altos de las listas de ventas. Paro en el escaparate de una papelería,
y allí está, en el centro, Peter Schmidt, el último romántico de pacotilla
creado por mí, y al que odio.
He asumido que ni yo, ni mi
literatura, nos parecemos a lo que soñaba años atrás. ¿Qué me ha pasado? Ya no observo a la gente para conseguir un
personaje creíble: la gente me observa a mí. No puedo recrear la humanidad,
viajando en un gran coche con las lunas tintadas. Ya no soy aquél intruso,
furtivo escrutador de los acontecimientos. Soy el invitado VIP. Mis libros se
compran por miles en los hipermercados. Pero no están en las bibliotecas. Soy
un triste millonario.
Llevo años escribiendo desatadas
relaciones amorosas. Todas iguales. Pese
a que las circunstancias de la vida les separaron, y tras sufrir en silencio su
desgracia, los dos enamorados consiguen, con la fuerza del amor, superar todas
las adversidades y romper las cadenas que los mantenían presos, huyendo para
vivir su amor en libertad. Podría ser la contraportada de cualquiera de mis
libros. Siempre parecidas. Un insulto
a mí mismo. Una traición.
Hoy he roto el contrato con mi
editorial. El editor no daba crédito a lo que le estaba diciendo. “Un autor de
éxito, en la cima de su carrera, ¿y quieres tirar todo por la borda?”. Sí.
Quiero. Todo eso se ha acabado. Mis personajes, de nuevo, van a ser
verdaderamente libres. Libres para amar con amor imperfecto. Libres para ser
codiciosos, humildes, iracundos, perezosos, generosos. Libres para que yo les
deje crecer en muchas direcciones. Para
ser lo que ellos quieran ser.