miércoles, 13 de mayo de 2020

#historiasdelcotidianocreativo

POR: Por qué nos aplauden?

MIER: Ni idea pero lo hacen todas las tardes a las 20:00


POR: Por lo hermoso de nuestros perfiles en lo alto del edificio, será.

CA: Pues poneros guapas hermanas. A lo mejor nos sale un palomo...

miércoles, 21 de diciembre de 2016

GRACIAS (Texto maru García. Fotografía: Carlos Marín)


 

Siento que mi vida es eterna, voy de aquí para allá sin desaparecer nunca, ya no recuerdo ni cuando empezó todo esto, de pronto sentí que ya era.

No ha sido fácil este ir y venir de situaciones, he tenido momentos tremendos. Supongo que podéis  imaginaros todos los lugares en los que he estado y todos los estados por los que he pasado en cada uno de ellos. Desde el principio, si algo tengo claro, como yo misma, es que fui creada con un fin y aunque sea pequeña tengo entre otras muchas cosas; fuerza, belleza y un valor intrínseco que me hace única.  Lo afirmo, no es fácil ser una gota de agua pero aquí solita un rato, deslizándome mientras espero evaporarme o ser absorbida, puedo decir: Gracias Señor  por esta aventura.

viernes, 4 de mayo de 2012

La traición (Texto: Carlos Marín. Fotografía: Cecilia Vicente)


Esta mañana he roto el contrato con la editorial que ha publicado mis libros en los últimos quince años.  Cuando atravesé la puerta de aquel gran edificio, por primera vez en muchos años sentí la libertad. Me levanté el cuello del abrigo, encendí un cigarrillo, y tras expulsar el humo de la primera calada, sonreí y comencé a caminar calle abajo, sin rumbo definido.

Ahora, todo vuelve a ser como al principio. En aquella época, componía hermosos textos –o entonces me lo parecían- que buceaban en lo más profundo del ser humano. Cuando una pequeña editorial se interesó por mis escritos y publicó la primera novela, vendí sólo unos centenares de ejemplares. Aquellas historias rebosaban inocencia y espontaneidad. Yo era un ciclón de creatividad, de ideas, de personajes, de perfiles psicológicos que plasmaba con facilidad en el papel.  Fue la etapa más feliz de mi vida, aun viviendo modestamente.

Casi sin percibirlo, a medida que mis obras iban viendo la luz, todo iba cambiando. Comencé a aumentar mis ingresos con columnas estúpidas en revistas no menos estúpidas, y con alguna conferencia para pretenciosos aspirantes a intelectual.  Los siguientes libros los publicó una gran editorial. Vieron en mí, dijeron, “la nueva cara de la nueva literatura”. Yo me lo creí. Y firmé. Y enterré mi alma.

Las novelas comenzaron a salir con plazos de entrega. Prefabricadas. De técnica depuradísima, pero con personajes huecos. Las similitudes entre todas ellas me resultaban odiosas, pero… al público le gustaban, y mucho. Cada libro mío ocupaba durante meses los puestos más altos de las listas de ventas. Paro en el escaparate de una papelería, y allí está, en el centro, Peter Schmidt, el último romántico de pacotilla creado por mí, y al que odio.

He asumido que ni yo, ni mi literatura, nos parecemos a lo que soñaba años atrás. ¿Qué me ha pasado?  Ya no observo a la gente para conseguir un personaje creíble: la gente me observa a mí. No puedo recrear la humanidad, viajando en un gran coche con las lunas tintadas. Ya no soy aquél intruso, furtivo escrutador de los acontecimientos. Soy el invitado VIP. Mis libros se compran por miles en los hipermercados. Pero no están en las bibliotecas. Soy un triste millonario.

Llevo años escribiendo desatadas relaciones amorosas. Todas iguales. Pese a que las circunstancias de la vida les separaron, y tras sufrir en silencio su desgracia, los dos enamorados consiguen, con la fuerza del amor, superar todas las adversidades y romper las cadenas que los mantenían presos, huyendo para vivir su amor en libertad. Podría ser la contraportada de cualquiera de mis libros. Siempre parecidas. Un insulto a mí mismo. Una traición.   

Hoy he roto el contrato con mi editorial. El editor no daba crédito a lo que le estaba diciendo. “Un autor de éxito, en la cima de su carrera, ¿y quieres tirar todo por la borda?”. Sí. Quiero. Todo eso se ha acabado. Mis personajes, de nuevo, van a ser verdaderamente libres. Libres para amar con amor imperfecto. Libres para ser codiciosos, humildes, iracundos, perezosos, generosos. Libres para que yo les deje  crecer en muchas direcciones. Para ser lo que ellos quieran ser.

viernes, 24 de febrero de 2012

Ouì. C’est Paris… (Texto: Esperanza Robles. Fotografía: Paloma Merino)

Arrebujada dentro de mi gruesa capa, desafío el rigor de la mañana invernal de cielos grises. Grises como el asfalto que pisan mis pies, como los pensamientos que acompañan  mi soledad. Ouì. C’est París… La ciudad de la luz, del amor, de la bohemia... No dispondré de mucho tiempo para redescubrir sus grandes plazas, avenidas y bulevares, para visitar sus monumentos, para perderme en sus jardines y parques…  He de regresar.  No he tenido la valentía suficiente para enfrentarme sola con mi destino; para intentar olvidar mi fracaso… He sublimado mi resistencia, pero de qué me vale si me encuentro sola. Soy como el toro herido de muerte que necesita arrimarse al burladero, buscando el áspero y tibio calor de la madera.

Me queda sólo esta mañana antes del retorno, y me dejo llevar por  mis pasos distraídos.  Rodeo el Novotel Paris Gare MontParnasse, cuya fastuosidad me  irrita, y sigo avanzando desganada hasta que, sin saber por qué, me detengo frente a las verjas del Instituto Pasteur, de nobles y elegantes proporciones. Tras sus ventanales imagino a jóvenes investigadores afanándose en su trabajo, rodeados de medios, de calor, de futuros prometedores para ellos y para tantos enfermos.  Y, aunque hoy todo parece resbalarme sobre la piel helada, me vienen a la mente los avances de la ciencia, la tecnología…  ¿Y qué?, me pregunto. Estamos más solos, más incomunicados, más tristes…  La búsqueda permanente del hedonismo y el éxito, cimentado en la popularidad y en el dinero, no conducen más que a la insatisfacción y a la más feroz hipocresía. ¿De qué valen los adelantos? ¿De qué os valen a vosotros, investigadores, si os acabaréis encontrando solos?, pregunto sin voz,  viva imagen del pesimismo, mirando hacia las ventanas del Instituto Pasteur, con sus  elegantes proporciones.

De repente lo veo. Sus ojos succionan los míos. Me observan con severidad, con una rabia que aún controla. Su gesto enérgico refuerza su mirada, dura y fría como el acero. No es un hombre: es una protesta, una reivindicación, una exigencia, pero sus brazos caídos a lo largo del cuerpo parecen representar la forzada resignación ante la pasividad, ante la indiferencia, ante una realidad hostil…  Me mira desde el cartel colgado, como culpándome de algo. Yo le miro desde la acera, pero no me atrevo a culparle de mi cobardía. Porque él es fuerte y no se da por vencido, porque no se resigna, porque pide, exige, lucha… Su cuerpo tenso y erguido, su cabeza firme representan el reto ante lo injusto, ante lo irreversible.

De contemplarle sin pestañear, y por el frío que se clava como agujas incandescentes en mis pupilas, siento que mi mirada se vela por la humedad. No soy capaz de leer unas palabras en francés, que guardarán relación con lo que trasmiten esos ojos inquietantes. Parpadeo, me acerco más… “No consigo leerlo”, me digo en voz alta, sin sospechar que alguien me ha oído.

-Se queja de que los investigadores no tienen medios suficientes. Pide que les vacunen contra esa carencia. He ahí su lucha –me explica una joven y amable compatriota.

-Sí –me digo pensativa, en lo que me alejo con pasos inseguros-. Mientras haya vida, hay esperanza… Luchar, sí. Como ese hombre. Como ese hombre solo frente al mundo…

Ouì. C’est Paris, en una fría mañana de invierno que, sin embargo, ha templado mi alma solitaria.

SALIDA (texto Maru García, fotografía: Eva Latonda)

(Monólogo” endialogado” sobre estos tiempos y en lo que nos dejamos convertir por ellos)

Oiga, usted perdone. ¿Por donde dice que hay que salir?

Ah. Por donde indica aquella señal.

Si, si, está muy claro, lo he entendido de inmediato.

Usted perdone, es que no la había visto.

Bueno, efectivamente, es que no había mirado bien.

Hoy en día no sabe uno ni mirar ni nada.

¿Usted sabe mirar? ¿Usted sabe algo? Yo no tengo ni idea de nada, no sé que sé, que soy, quién soy, qué puedo hacer bien, qué hago mal, qué desconozco… ¿tienen señalizaciones para eso?

No, ya imaginaba.

Hombre, siempre puedo buscar en otro sitio… de todas formas ya me iba.

¡Que tenga usted un buen día!

Fugaz pero inmortal: (Texto Eva Latonda. Fotografía: Esperanza Robles)

Generación tras generación y todo sigue igual. Si acaso las superficies han variado su tamaño, espesor o estado, pero lo esencial, sí, sigue ahí, lo veo. Y está tan a nuestro alcance que ni somos capaces de verlo. Se hace pequeño, pequeño, pequeño; tan pequeño como esos pedacitos de hojarasca diseminados por la suave brisa al pasar...

…Por toda la playa, límpida, luminosa y pura.

¿Quién se para  a hacerse eco de semejante pequeñez?

Y sin embargo, esa pequeñez es un milagro. Un milagro de vida, de respuestas, de enigmas, de ilusiones, de miedos, de vaivenes…

Qué paz sentir la soledad acompañada. Qué descanso saber que uno nunca morirá. Eternas preguntas, con respuestas eternas. ¿Se puede meter todo ese profundo y gigantesco “más”  en esta pequeña cabeza?

Y sin embrago, aquí estoy. ESTOY con mayúsculas, porque soy.

Soy esto que veis, grande y pequeño al mismo tiempo, fuerte, libre y débil… y feliz.

¿Qué más puedo pedir? La vulgaridad es pasearse delante de algo hermoso y no darse cuenta de su grandeza. Gracias, sí gracias por tantas cosas. Gracias por este hermoso día, gracias por  tanta belleza que se desborda, que me llena y me completa.

Capturar momentos, instantes no más, ese debería ser el gran sueño de la humanidad entera. Ese segundo fascinante que lo cambia todo, fugaz pero inmortal, perecedero pero perpetuo. Y aunque a veces todo parece un juego, nada hay más serio.

lunes, 13 de febrero de 2012

Hoteles (Texto: Paloma Merino Fotografía: Eva Latonda)

Todos los hoteles del mundo se parecen. Pero unos más que otros.

Este era igual que aquel otro, sólo que esto era París, y aquel de la memoria estaba en Berlín.

Dejó, como siempre, en la mesilla dos o tres libros y el cuaderno de notas. Y se sentó en la cama, junto a la ventana. Sólo que aquella vez faltó el peso de otro cuerpo sobre el colchón.

 No tenía hambre pero se comió una bolsa de patatas pequeña que habían dejado como detalle de bienvenida. El estómago lleno disimula el vacío. Unas migas en la moqueta del suelo se quedaron como testigo de lo poco que ocupan por fuera los recuerdos. Sin embargo, pueden llenar una vida, repetirse en la mente de manera infinita…Recordar, volver a pasar por el corazón todas aquellas imágenes tan lejanas y tan vivas.
 
Cuando pasó frente al espejo sonrió. Ver su sonrisa como si todo fuera bien, le ayudaba con esa sensación tan rara.  de que el mundo entero gira y en alguna extraña vuelta, uno se ha quedado parado en un punto.

Se pasó el hilo dental y después se lavó los dientes. No tenía que haberse comido las patatas, pensó. Demasiado tarde, como siempre.

El frío de las sábanas le caló hasta los huesos. Inconscientemente buscó con el pie helado otro caliente y la imagen de una carcajada en Berlín le llegó desde el pasado. Se levantó y cogió unos calcetines que no consiguieron amainar el frío. Poco a poco se fue quedando dormida con el libro entre las manos, las letras bailaban casi ya sin sentido por el sopor pero le mecían como una nana. Soñó con noches templadas y un rayo de sol que se coló por la ventaba le despertó. Todo estaba a punto de empezar.