viernes, 4 de mayo de 2012

La traición (Texto: Carlos Marín. Fotografía: Cecilia Vicente)


Esta mañana he roto el contrato con la editorial que ha publicado mis libros en los últimos quince años.  Cuando atravesé la puerta de aquel gran edificio, por primera vez en muchos años sentí la libertad. Me levanté el cuello del abrigo, encendí un cigarrillo, y tras expulsar el humo de la primera calada, sonreí y comencé a caminar calle abajo, sin rumbo definido.

Ahora, todo vuelve a ser como al principio. En aquella época, componía hermosos textos –o entonces me lo parecían- que buceaban en lo más profundo del ser humano. Cuando una pequeña editorial se interesó por mis escritos y publicó la primera novela, vendí sólo unos centenares de ejemplares. Aquellas historias rebosaban inocencia y espontaneidad. Yo era un ciclón de creatividad, de ideas, de personajes, de perfiles psicológicos que plasmaba con facilidad en el papel.  Fue la etapa más feliz de mi vida, aun viviendo modestamente.

Casi sin percibirlo, a medida que mis obras iban viendo la luz, todo iba cambiando. Comencé a aumentar mis ingresos con columnas estúpidas en revistas no menos estúpidas, y con alguna conferencia para pretenciosos aspirantes a intelectual.  Los siguientes libros los publicó una gran editorial. Vieron en mí, dijeron, “la nueva cara de la nueva literatura”. Yo me lo creí. Y firmé. Y enterré mi alma.

Las novelas comenzaron a salir con plazos de entrega. Prefabricadas. De técnica depuradísima, pero con personajes huecos. Las similitudes entre todas ellas me resultaban odiosas, pero… al público le gustaban, y mucho. Cada libro mío ocupaba durante meses los puestos más altos de las listas de ventas. Paro en el escaparate de una papelería, y allí está, en el centro, Peter Schmidt, el último romántico de pacotilla creado por mí, y al que odio.

He asumido que ni yo, ni mi literatura, nos parecemos a lo que soñaba años atrás. ¿Qué me ha pasado?  Ya no observo a la gente para conseguir un personaje creíble: la gente me observa a mí. No puedo recrear la humanidad, viajando en un gran coche con las lunas tintadas. Ya no soy aquél intruso, furtivo escrutador de los acontecimientos. Soy el invitado VIP. Mis libros se compran por miles en los hipermercados. Pero no están en las bibliotecas. Soy un triste millonario.

Llevo años escribiendo desatadas relaciones amorosas. Todas iguales. Pese a que las circunstancias de la vida les separaron, y tras sufrir en silencio su desgracia, los dos enamorados consiguen, con la fuerza del amor, superar todas las adversidades y romper las cadenas que los mantenían presos, huyendo para vivir su amor en libertad. Podría ser la contraportada de cualquiera de mis libros. Siempre parecidas. Un insulto a mí mismo. Una traición.   

Hoy he roto el contrato con mi editorial. El editor no daba crédito a lo que le estaba diciendo. “Un autor de éxito, en la cima de su carrera, ¿y quieres tirar todo por la borda?”. Sí. Quiero. Todo eso se ha acabado. Mis personajes, de nuevo, van a ser verdaderamente libres. Libres para amar con amor imperfecto. Libres para ser codiciosos, humildes, iracundos, perezosos, generosos. Libres para que yo les deje  crecer en muchas direcciones. Para ser lo que ellos quieran ser.

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