lunes, 13 de febrero de 2012

Atados (Texto: Paloma Merino Fotografía: Maru García)

El sol está saliendo tímidamente y lo ve desde el autobús. Hace frío pero un hilo de sudor le recorre su espalda, no ha podido ni quitarse el abrigo. Luego lo sentirá helado en cuanto ponga un pie en la calle, como un río que bajara desde las más altas montañas. Demasiada gente. Todos evitan mirarse mientras sus cuerpos entran en incómoda intimidad, y parece que el último que entra tiene la culpa de tanto hacinamiento. El territorio.

Le gustaría estar mirando ese amanecer en un lugar tranquilo. Fijarse en los cambios de luz, incluso a lo mejor ver reflejados los rayos en el mar. Es imposible.

Siente un poco de angustia, la bufanda se estrecha en su cuello porque el extremo se ha enganchado en el bolso de una señora malhumorada que se empeña en entrar hasta el final. Por fin la mujer se da cuenta y titubea,  ese segundo de turbación  le permite recuperar el extremo de la bufanda. Libera su garganta unos milímetros. Respira.

Se imagina con una página en blanco, escribiendo un libro en ese lugar donde poco antes estaba mirando el sol.

¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Cómo ha llegado a levantarse con un chirrido de despertador? A montarse en este autobús atestado, a ir hacia un trabajo que siempre imaginó, a comer o a malcomer aún no sabe muy bien con quien o sola. A dedicar la tarde a las cosas que cree que le gustan, después de solucionar tantas obligaciones como la bombilla que siempre se funde, la compra que nunca está hecha, la ropa que hay que comprar porque ya no tiene nada,  la cita con ese amigo de siempre, que hace mucho que no ve…

Ha elegido esta vida. Pero siente que todos sus movimientos están coordinados y meditados desde hace mucho tiempo y que responden a ataduras que debieron forjarse no sabe cuando.


El autobús llega a su parada y con dificultad intenta salir, pero en las escaleras siente de nuevo un tirón, esta vez es el abrigo el que se ha quedado enganchado. Trata de recuperar la movilidad, pero el abrigo sigue atrapado en algún punto. Mira hacia abajo para intentar liberarlo y se encuentra con unos ojos enormes llenos de admiración, donde aún no hay sueños escritos. Una pequeña mano se aferra a su abrigo. Es un niño que casi no puede andar y busca su equilibrio un poco más allá dela mano de su padre, que está haciendo malabarismos para transportar dos mochilas, un bebé colgado como un marsupial en su pecho y a su inestable primogénito. El niño la libera sin dejar de observarla.

Siempre hay que sentirse seguro.

Cuando pisa la calle y siente el frío en la espalda, se imagina que los sueños pueden convertirse en realidad. El sol está ya en lo alto.

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